Mucho se ha analizado tras la
celebración de las elecciones andaluzas, análisis tanto de la baja
participación como del ascenso de la extrema derecha, intentando dar
explicación al descenso de escaños por parte del PSOE y Podemos, que ha dejado,
por primera vez, a la izquierda, en Andalucía, por debajo de la mayoría parlamentaria.
Los analistas políticos han dado
todo tipo de argumentos y explicaciones sobre el escenario surgido tras estas
elecciones, justificando el resultado por la situación en Cataluña, por la
falta de celebración de elecciones generales, por la campaña realizada por los
partidos de izquierda…, pero reconociendo que nadie había pronosticado ese
resultado.
Lo que parece evidente es que las
palabras del Ministro de Cultura, José Guirao, en la Conferencia Europea
celebrada el pasado 24 de noviembre en Badajoz, afirmando “el peligro que supone que se instale en la sociedad la generalización
de que problemas complejos tengan soluciones sencillas”, han sido en este
caso todo un augurio de lo sucedido en las pasadas elecciones.
Los responsables políticos
debemos trasladar a la ciudadanía que para esos problemas complejos no siempre puede
haber soluciones sencillas, explicarlo con claridad, porque no hay recetas
mágicas. Es necesario para que no se repitan los errores del pasado, errores que
en lugar de mejorar la vida de la ciudadanía provocaron pobreza, guerras y
odios exacerbados e injustificados.
Cuando se crispa, se insulta
permanentemente, se miente y engaña a la ciudadanía proponiendo soluciones
sencillas a problemas complejos, ofreciendo mensajes propios de la extrema
derecha, si también de la extrema derecha europea, se corre el riesgo que en
lugar de a la copia, los votantes decidan votar al original. Esto es lo que ha
hecho el PP desde la moción de censura a Rajoy, moción que podría haber evitado
con su dimisión obligada por la insoportable corrupción que inunda al PP.
Aplicando postulados totalitarios,
radicales, discursos catastrofistas, que pretenden embaucar al electorado con
soluciones sencillas se suscita odio al diferente desde los atriles, se acaba
con la razón, la palabra se convierte en un arma tóxica que genera rencor y
destrucción, la más preocupante la de la convivencia. La palabra nunca puede
convertirse en arma de destrucción, debe ser la herramienta para el acuerdo y
el diálogo. No debe ser un producto tóxico como lo es un herbicida.
El herbicida más utilizado es el
glifosato, su aplicación generalizada ha ocasionado que se extiendan malas
hierbas resistentes como el (Amaranthus
palmeri) u otras que aprovechan el uso del herbicida y la eliminación de
especies competidoras para extenderse, como la (Dittrichia graveolens) popularmente conocida como olivarda,
oliverdilla o matapurga, que invaden los campos y las cunetas de las carreteras
de nuestra geografía.
Eso está sucediendo con la
extrema derecha que es la que se refuerza en este escenario, porque es “el
original”, son los que se favorecen de la toxicidad, al igual que la olivarda,
porque se mueven en su entorno natural y por tanto son los únicos que se
benefician de la situación política actual. Cabría desear que todos buscásemos
soluciones a esos problemas complejos, con acuerdos, participación ciudadana,
colaboración entre partidos y organizaciones…, cada uno desde su
responsabilidad y pensando en seguir construyendo una sociedad moderna, libre,
tolerante, igualitaria, fuera de postulados individuales y de egoísmos. Las
soluciones no siempre son fáciles de explicar ni de aplicar, más aún cuando son
complejas, pero deben ofrecerse desde la moderación y la responsabilidad evitando
la división y el odio entre la ciudadanía.